En uno de sus últimos actos como alcalde de la ciudad de Nueva York, Rudy Giuliani firmó una orden que permitía derribar el High Line, esa querida ruina del ferrocarril elevado que serpenteaba por el lado oeste de Manhattan. A todos los que habían logrado subir al High Line les encantó: las flores silvestres que crecían en los caminos en desuso, los pájaros que seguían el camino hacia el norte en primavera y nuevamente hacia el sur en otoño; esa sensación rural que fluye mágicamente a través de la ciudad como un río espontáneo. ¿A quién no le encantó el High Line? Aquellos que eran dueños del terreno debajo de él y anhelaban erigir edificios de gran altura en el sitio, si tan solo el High Line no estuviera bloqueando su camino. Y así, cuando Giuliani firmó esa orden, Friends of the High Line, la pequeña organización comunitaria dirigida por Robert Hammond y Joshua David, emprendió acciones legales en busca de una orden judicial.
 
Durante más de un año, Joel Sternfeld ya había estado fotografiando esta joya escondida en cada temporada, para que los neoyorquinos pudieran subir visualmente y verla también. En octubre de 2001, mientras los escombros del World Trade Center todavía ardían, Gerhard Steidl aceptó la petición urgente de Sternfeld de hacer un libro y voló a Nueva York: juntos diseñaron Walking the High Line y sólo siete semanas después se entregó, una visión para el parque de gran éxito que hoy recibe a más de dos millones de visitantes al año. Ahora en una nueva edición con nueve fotografías adicionales, un formato más grande y una línea de tiempo actualizada, este es el libro que hizo posible caminar por High Line.